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lunes, 4 de junio de 2012

"Paulina el pez payaso" de Ana Restrepo

Paulina el pez payaso
Pasa el día paseando por el parque 
Del pueblo de Pablo el pepino

Nada Paulina
Con gracia y sin prisa
Por entre las altas paredes de algas verdes
Que se mecen al paso de la corriente

Persiguiendo a Pipe el pulpo
Saludan a Pepita la estrella pintada
Que perezosa se posa en el fondo del mar
Sobre las piedras más planas

Paulina invita a todos a una pijamada
Con ponqué y pitos
Festejan hasta pasada la tarde
Hasta que los rayos del sol poniente
Filtrándose en la superficie del mar
Avisan que pronto la penumbra ha de llegar

Presurosos y entre risas y bostezos
Apresuran el paso para llegar a sus nidos
Entre arrecifes y corales
A pernotar con la promesa de un nuevo amanecer



NombreAna Restrepo
Emailanacrestrepo@gmail.com

"La Fantasmal Niebla" de Enrique Franco


...y el marinero pudo, aunque en una mínima medida, saciar un poco su devoradora hambre, causada por días enteros de ayuna...

La sombría tormenta ya había amainado aunque a su paso incontenible había diluido en las aguas de la mar, las pobres almas de los tripulantes del Aegis, a la cual arrebató su espíritu guerrero dejando sólo su inerte casco, flotando a la deriva.

Sólo dos hombres, amarrados velozmente al mástil sobrevivieron el infierno en las aguas del océano, a aquel aluvión, tifón fantasmal que sepultó a todos los hombres, convirtiendo sus camarotes en sepulcros de madera y agua… o arrojándolos por la borda, depositándolos en las profundidades…

Ellos habían sobrevivido, soportando todas las penurias que abatieron sus cuerpos, desde la salida del sol, hasta el destello titilante de las estrellas.

…¿Pero acaso los vivos no desearían estar sepultados en las frías profundidades, y los difuntos, estar vivos en cubierta?

Así las tumultuosas mareas y las Lunas pasaron, siguiendo el Aegis su destino desconocido. Lentamente el hambre y la sed de los navegantes se fueron convirtiendo en dolor y fiebre, y éste calor abrasante transformó los únicos pensamientos de éstos en delirios, alucinaciones y locuras, jugando en sus abatidas almas, con la delgada línea de realidad y fantasía.

Y el Aegis siguió su camino inexorable… -oh que clamor de sed emana de mis fauces, de mis partidos labios, de mi reseca lengua…- palabra alguna no se podían dirigir los compañeros, aunque una sola miraba ya bastaba para comprender.

Pero ahora el viejo comía, como una fiera bestial, devorando sin degustar una carne magra y cruda, hasta que allá, en la parte más densa de la niebla, aquella horrible niebla que los había seguido durante días, divisó una gran sombra, rondando, acechando…

¡Adelante maldito espíritu, fantasma o demonio, llévanos contigo si quieres, puesto que me es imposible imaginar algún Infierno ni castigo peor que este Limbo gris y eterno!

Luego de unos momentos en silencio, la fantasmal niebla, aquel artífice del sueño letárgico de muerte que los acosaba, como si se hubiese roto un conjuro evocado por un maligno hechicero, se disolvió.

¡Un barco…un barco! sólo pudo pronunciar, desde su ardida garganta, el viejo marinero con las últimas de sus fuerzas. Nada más fue escuchado…

Ya sin la perpetua neblina, pudo observar a su alrededor, y con el maleficio roto, anonadado, entró en pánico.

Arrastrándose como sus impulsos lo permitieron, tomó por los brazos a su compañero y lo llevó a popa. 

¡No nos tienen que ver, no nos pueden ver! vociferó.

Sacando el puñal de Judas de la espalda de su acompañante, el viejo arrojó el cuerpo moribundo de su compañero de penurias a las profundidades del abismo. En tanto que caía, gemía en una agonía de incomprensible sufrimiento, ahogándose en su propia sangre. 

Así, mientras el viejo lo observaba bajo el resplandor de la Luna, se hundió el cuerpo desmembrado, perdiéndose en el mar lo que fue el resto de su camarada, de su último consumo de carne.

NombreEnrique Franco
Emailenri_mza@hotmail.com

Viendo su sangre correr Al amanecer


Milly Majuc

Caminé hacia el altar. Las antorchas y la luz de la luna resplandecían como nunca en las piedras labradas del templo de Yum Cimil. Soy Topiltzin, hijo de Itzmen, hanil de Chuj, la gran selva. Vaticino lo que pasa, lo que pasará. Mi suerte ha recorrido la región, trayendo con ella el agrado del Bataab.

Seré sacrificado cuando los grandes soles se enfilen con el templo durante la aurora Por ahora, todos se embriagan. Me dan de beber, algunas caras lloran. A ellas les tranquilizo: -“¡Aic nichoca!¡Aic nichoca!“–. Para muchos, esto sería un honor; para mí, es una escapatoria. Lo que se viene no me deja estar en paz.

Mis últimos augurios me han aterrado. Cada noche trato de encontrarle sentido a esos sueños. Estruendos de adentro y fuera de la tierra; arboles de fuego sobre emporios singulares, fuera de estas tierras. Ya es la hora. Hombres y mujeres corriendo. Nubes grises que queman y matan; Y animales grandes de metal, que revolotean con sus alas en la cabeza.

He visto como grandes pirámides de obsidiana y cristal se destruyen bajos soles inmensos que chocan de manera devastadora contra nuestra kaab. Desolación. Ya no hay más de nosotros. No hay alegría, no hay danza, no hay animales. Solo humo. Me levanté. Me han hecho caminar al compás del tunjul y cada golpe me acerca más a la piedra de los sacrificios. Los tambores suenan cada vez más excitados, como si mi muerte les resultara placentera. A lo largo se escucha una melodía

triste de unas flautas xuls. Es místico. Honraremos al sol y a la luna con mi sangre, en el último día del 10 baktún.

Me acuesto en el lecho de piedra. El Bataab se acerca. Huele a muerte, a cristal, la débil cuerda que sostiene mi existencia aquí, se va desgarrando. El alba se asoma a lo lejos, Es el momento. Respiro. En el silencio absoluto, se hunde la lanceta, se abre mi pecho, y se arranca mi corazón todavía palpitante. Veo mi sangre escurriéndose sobre mi pecho. Ya no suenas los tunjul y las xuls.

-“Topiltzin. Topiltzin, Ahal”.

Me he vuelto a quedar dormido en mi petate.

NombreFin del Sol
Emailatl1992@hotmail.com

jueves, 17 de mayo de 2012

"Trance" de Juan Alejandro Aguilar Serrano


Se levanto y se vio en el espejo la imagen que le fue devuelta era de una persona aparentemente mayor de la edad que tenia, preparándose para otro dia monotono mas se dirigio al baño se lavo los dientes y encendio la ducha se metió al agua fria sintiendo la quemazon que le causaba el liquido helado en su cuerpo acabandose de bañar salio del cuarto de baño y se comenzó a cambiar sintio una pequeña molestia en el hombro izquierdo pero hizo caso omiso de esa señal, reflexiono y se dio cuenta de que se sentía solo que toda su vida la habia hecho como si fuera un instrumento de alguien mas que su único objetivo había sido el de avanzar en su entorno laboral,sintio una punzada mas fuerte en el hombro izquierdo, bajo pensamientos oscuros trato de asir las pastillas que le había recetado el doctor pero la mesa de cama parecía lejana avanzo a rastras y estiro un brazo tomo el frasco con las pastillas y se trago 2 de un tirón de repente todo se paralizo el mundo no tenia sentido y cuando sintio la agonia de no poder inhalar simplemente murió.
A la distancia solo se escucho el rumor de los niños jugando en el parque y un hombre con binoculares observando el apartamento con un hombre tirado en su dormitorio, había cumplido su parte cambiando las pastillas para el dolor del hombre ahora le tocaba al destino lo demás.

NombreJuan Alejandro Aguilar Serrano
Emailpsycodelic_waves@hotmail.com

"Mágico terreno" de María Andrea Cruz Blandón


Un grupito no muy chiquito, se dejaba ver entre las sombras, cuando el sol se escondía; cuando sus rostros no se distinguían, se veía como juntos caminando uno a uno se paseaban como dueños del terreno, reclamando derechos, juntando voces para parecer más certeros y grandes ante los ojos de los mortales que en el terreno permanecían por labores académicas que necesitaban para sus vidas, porque en el mundo en que vivían si no poseían conocimiento alguno se convertían por embrujo de los otros en desecho, o en escoria social, poderes que habían sido concedidos por “Elite”, un hombre de aspecto áspero, austero y con un tono bastante grave en la voz, con quien se tenían que relacionar si querían ser muy importantes en un terreno mas grande que aquel en que se entregaban a las labores.

Ese grupito de nombre innombrable, de composición extraña entre la sentencia normativa del grupo de permanecer en clandestinidad, y la necesidad de ser escuchados y seguidos por los mortales que desconocían todo de ellos, excepto su protagonismo febril y su actuar inconfundible, un día que se cubría con un manto encantado que había propiciado el señor “Falaz”, que no distinguía entre la verdad y el amarillismo, generó una inconformidad en este grupito. Entonces haciéndose paso entre los arbustos y revisando minuciosamente el área cambiaron de atuendo tomando una pócima, anduvieron entre la multitud mezclándose entre los mortales, sin despertar sospecha, y maquivelaron todo para que nadie notara de su presencia pero si notara de sus propuestas, con un polvito de “credulidad” que le permitieron al más pequeñín esparcir entre los mortales, porque a él le quedaba más fácil escabullirse, convencieron a la mayoría de la conspiración del señor “Falaz”.

En aquel momento en ese terreno que antes se respiraba tranquilidad se empezó a respirar desconcierto, los mortales corrían y perdían sus pertenencias sin percatarse de ello, entonces Clarisa que era más dada a la cautela, se fue lentamente observando cada movimiento, analizando cada palabra, mientras se encontraba en esa tarea percibió a un pequeñín correr sigiloso por entre sus amigos mortales, esto le pareció sospechoso y no porque estuviese corriendo, porque así la mayoría lo hacía, sino porque este lo hacía con singularidad una de mover sus manos de tal forma que parecía suministrar a todos algo, pero ese algo Clarisa no lo alcanzaba a distinguir. Fue así como ella se aprovecho de la turbamulta, de la pérdida de control, y persiguió discreta al pequeñín, cuando menos pensó se encontraba en un lugar que desconocía, un lugar lúgubre con hojas de arboles secas por doquier; resolvió esconderse tras un árbol cuando notó que los compañeros de marcha eran nada más y menos que aquellos que pertenecían a ese grupito que no se dejaba ver en el día, vio como el pequeñín con un ungüento tomaba forma como parte de ellos, vestido de negro y sin un rostro definido.

Clarisa que de miedos no conocía, cierto día lo conoció, cuando mirando intrigada por el ritual que este grupito llevaba a cabo, lo vio transparente a través de los ojos de aquel pequeñín que imprimió en ella toda la furia de quien es descubierto y no quería que así fuese, sus ojos se tornaron rojos llenos de llamas, brillaba una luz no esperanzadora sino asfixiante que tomo a Clarisa y la dejo inmóvil, impedida y temerosa, luego ella vio como aquel ser le hacia un gesto a un compañero y señalaba al árbol en que ella se encontraba. Ella salió corriendo, sin embargo cuando lo hacía recordó un conjuro que su abuela le había enseñado de pequeña, que se lo enseño con la condición de solo usarlo cuando su vida corriera verdadero peligro, entonces dejo de correr, y recitó el conjuro:

– “Recordaos que el pasado te puso al servicio de la vida, que solo ella podrá decidir cuándo termina, recordaos que no es justo que me quites la vida yo os juro que soy vitamina, oh! Luna tu que me iluminas permíteme ser invisible a los ojos del peligro inminente de aquel que quiere vestirse de verdugo en el día”–

Y terminado el conjuro vio como el pequeñín y sus secuaces caminaron en círculo buscándola sin dar con ella.

Aun así y ya bajo las circunstancias en las que se encontraba y en el efecto de invisibilidad decido seguirles e investigarles más a fondo, pues veía que la integridad de los mortales se ponía en peligro cuando este grupito dirigía las ideas.

Llegó hasta el lugar por el que ella todos los días arribaba al terreno, ahí vio al grupito y a otro grupito también muy parecido, de aspecto tal vez más imponente pero en esencia lo mismo, robustos, de negro y con cara indistinguible, vio como ambos, los del bando de “Falaz” y el grupito del pequeñín se enfrentaron con pócimas, ungüentos, conjuros y polvitos mágicos, ambos grupitos eran muy buenos pero desperdigaban sus fuerzas y conocimiento en la magia con el enfrentamiento, pues los mortales no veían mas allá de lo grande que eran las armas de enfrentamiento sino que veían lo superficial, el polvo que quedaba al final de cada encuentro frente a frente entre ambos grupitos.

Clarisa que aun se preocupaba por la vida de los mortales, se ingenió la forma de comunicarles de la realidad a aquellos que convencidos por la conspiración de “Falaz” perseguían al grupito, la forma de absolverlos con la luz de la verdad y poder quitar el encantamiento que había provocado “credulidad”, ella se pronunciaba como viento y susurraba a los oídos de sus amigos los mortales conjuros para despertaros del hechizo, así poco a poco y más bien lento los mortales fueron entendiendo la situación y sacudiéndose con despabilamiento. El pequeñín que seguía siendo el encargado de esparcir “credulidad” y mantener a los mortales con ellos, se percató de ese comportamiento, y él que no olvidaba que Clarisa se les había escapado dedujo hábilmente que ella era la culpable de eso, y dejando a un lado la tarea con los mortales y el enfrentamiento con los del bando de “Falaz”, buscaba pistas de acuerdo como iban despertando, así le era más fácil atrapar a Clarisa, ella insistía en su labor de susurrar a los mortales, y olvidaba por completo la advertencia de la abuela cuando le ensenó el conjuro, que decía que este duraba el tiempo necesario para escapar del peligro y que una vez desvanecido era imposible volver a usarlo.

Clarisa finalmente terminó su tarea, y salió casi que corriendo de aquel sitio hasta encontrar un lugar más solitario donde pudiera permanecer escondida. El pequeñín notó la brisa que Clarisa generaba con la huida y la siguió como si supiera que realmente era generada por aquella espía; justamente por eso el pequeñín vio como un lugar que antes estaba vacío, se llenaba con una figura de un cuerpo, muy callado se acerco a esta figura y le sorprendió por la espalda, Clarisa solo sintió un aire frio que helaba, unas manos cubiertas que la iban asfixiando, intentó defenderse incluso con el conjuro de su abuela, ignorando que este ya no le servía, pero el pequeñín ganaban en fuerza y logró dominarla y finalmente matarla.

El cuerpo de Clarisa fue encontrado al día siguiente con un doliente que moría junto a su hija, pero al que nadie podía dar explicaciones de lo sucedido, los mortales que se fijaban solo en lo superfluo pasaron indiferentes frente a la escena, tan solo se fijaban quien era el desafortunado de no seguir con vida y seguían su camino apurado por las labores que les esperaban. El pequeñín y su grupito como siempre permanecían ocultos mezclados entre las multitudes influenciando las corrientes de aire para ser seguidos por los mortales, y es que en ese mundito el privilegiado era del más astuto no importaba el caso, así Clarisa murió en el terreno, en la mente de los mortales y en la memoria de quien acabo con su vida, tan solo permanecía merodeante en el corazón y en el recuerdo de su padre. 

NombreMaría Andrea Cruz Blandón
Emailandrea1391@gmail.com

"Llegó con olor a otro" de Walter Gomel

Llegó con olor a otro. Se me está acelerando el pulso y no puedo pensar. ¿Tengo que pensar? ¿Tengo que actuar? Ella me habla como siempre y temo que mi cara me delate. No escucho lo que me dice. La veo, como en una película, hablando en cámara lenta, lejos, mientras la sangre me hierve el cerebro. ¿De dónde conozco ese olor? ¿Conozco ese olor? Pasan millones de imágenes por mi cerebro. ¿Adónde me dijo que iba a ir hoy a la salida del trabajo? La furia me invade lenta pero sostenidamente. Ella lo nota, pero sigue hablando de no sé qué cosa. Creo que eligió el camino de la indiferencia. Yo aún no sé qué camino tomar, pero me estoy exponiendo. Es un círculo vicioso. No quiero mostrar enfado, al menos por ahora, pero me está cegando este sentimiento desconocido de celos y odio, tal vez traición. Esta vulnerabilidad me produce además un enorme enojo conmigo. Necesito serenarme. Seguramente tiene una explicación. Ese olor a hombre que tiene mi mujer, ese olor a un hombre que no soy yo que tiene mi mujer seguramente tiene una explicación. Me dirá algo simple, creíble, algo que no estoy viendo porque ya no puedo ver. No puedo ver, y esa debilidad es su fortaleza. En esta situación, cualquier cosa que diga podría convencerme. O peor aún: cualquier cosa que diga, aunque diga la verdad, ya no va a convencerme. Siempre es peor la verdad que uno se inventa que la misma realidad. Quiero gritar, pero me estoy ahogando. Siento que se me enrojece la cara, me tiemblan las manos, transpiro fría y nerviosamente, pierdo el control. Estoy intentando compostura para hacerle la pregunta. ¿Pregunto o afirmo? Ella tiene olor a otro, no es una idea mía. ¿Se lo sugiero, se lo comento como al descuido? La bronca es mala consejera y sé que ella va a responder con frialdad y precisión. Tal vez, hasta ensayó una o varias respuestas. Ella tiene ventaja, pudo anticipar esta situación y planear varias alternativas, como en una partida de ajedrez. Yo me voy a mover por instinto, voy a improvisar, y ella va a apabullarme con sus argumentos estudiados, esgrimiéndolos razonablemente, para hacerme trastabillar. Pero yo tengo que mantenerme firme y no creerle. ¿Y si dice la verdad? ¿Le tengo que creer? ¿Le quiero creer? ¡Si pudiera poner una pausa, parar la pelota, enfriar la cabeza! Tal vez sea lo mejor. Hacer como si nada. Pasar la noche. Ganar tiempo para pensar. Incluso, buscarla esta noche. Provocar la situación de un encuentro sexual esta noche. Cambiarle el partido. Forzarla a ella a improvisar, a que pise el palito, a que se entregue sola. ¿Y si no se niega? ¿Y si juega a fondo y pretende tener sexo conmigo a pesar de haber tenido sexo con otro tipo? Para ella no sería muy difícil. Incluso puede que ése sea su plan. Un buen plan. La coartada perfecta. Aunque en ese caso, el olor del otro tipo se haría evidente. ¡Maldición! Sigue hablando, casi diría con exagerada cordialidad. Sigue contándome su día con un buen humor impropio de ella a esta hora. Está forzando mi mal humor, lo presiento. Está queriendo que eche humo y rompa esta situación amena –aparentemente amena, ficticia y descaradamente amena- para luego endilgarme que ella vino bien, que llegó de buen humor y que soy yo el que está mal. Otro posible argumento: de ahí al “siempre estás de mal humor” hay tan sólo un paso. Es casi una justificación para acercarse a otro. Es como un pase, una credencial: no lo hizo porque sí. Después podremos discutir largo y tendido sobre los motivos subyacentes, arribar a la obvia conclusión de que los dos somos culpables, que no supimos plantear nuestros problemas dentro de la pareja y demás. Pero ella trocará el desliz en una justificada salida desesperada. Y entonces ya no habrá entonces. De repente, me asalta otra duda: ella no llegó con olor a otro por error, porque no tuvo tiempo de quitárselo o porque me subestimó. Ella lo hizo a conciencia. Está provocando esta situación. Quiere blanquearla: quiere dejarme. Ahora, mientras pienso esto, un dolor agudo me oprime el pecho. No puedo, por mucho que me esfuerce, evitar que mis ojos se humedezcan. Los aparto de ella, para intentar reestablecerme, pero pienso que me va a dejar y se me cierra la garganta. Llegó con olor a otro porque ya no le importa. No tiene nada que ocultar. Por el contrario, quiere terminar conmigo, que en definitiva es lo que le molesta. ¿Está enamorada? ¿Lo conoce hace tiempo? ¿Lo conozco? Estoy haciendo grandes esfuerzos por intentar encontrar en el tiempo reciente, o no tan reciente, algún indicio, alguna pista que me indique cuándo sucedió, cómo sucedió. No logro pensar con claridad y poco a poco la furia incial va convirtiéndose en tristeza. La miro, y comienzo a sentir que se me escapa, que se me desarma la vida. Pasado y futuro, pero sobre todo presente. ¿Estoy extrañándola? ¿Estoy conversando con ella por última vez? Me siento un estúpido, y me digo a mí mismo que lo merezco. A esta altura ya no sé qué prefiero. Si la furia y la sinrazón de los celos por una aventura, breve o no, pasajera o no, pero aventura al fin, sin pretensiones de relación seria, sin sentimientos de estabilidad; o la tristeza profunda, infinita, terrible y demoledora de saber que la he perdido. De una u otra manera, soy incapaz de actuar. Me paraliza tanto el odio como el miedo. Nunca fui un tipo impulsivo, pero evidentemente, esta vez, pensar no me sirvió de mucho. Apenas si puedo respirar, y todo lo que ingresa en mi organismo es su olor, el olor a otro, envenenando mis pulmones. Ella terminó de cenar y yo no probé bocado. Tampoco creo que pueda dormir.






NombreWalter Gomel
Emailwalter@gomel.com.ar








"La gran batalla" de Ricardo Madrid Builes


Recuerdo aquel 14 de julio de 1982, ese fue el día del regreso a mi país, a mi pueblo, a mi casa, hacía un mes los soldados argentinos habían cedido ante nuestras amenazas y retiraban su ejército de las Falklands, y nosotros los ingleses, nos proclamábamos vencedores de una guerra que no tendría nunca a nadie como triunfador, 255 muertos y 777 heridos, entre los fallecidos se encontraban mis dos hermanos, Phil y Steven, lo que demostró que fue más lo perdido que lo ganado. Ese 14 de julio, el Reino Unido me recibía como un héroe nacional, me proclamaban como un símbolo de la patria, pero, ¿cuál patria? mi patria ya no existe, mi verdadera patria era mi familia y se ha extinguido, ¿qué me importa a mí unos seres que no han hecho nada por mí? Ellos celebraban, mientras yo lloraba; pensaba, mientras sonreía falsamente ante la multitud que fue a recibirme en el aeropuerto Internacional de Manchester.




Paradójicamente el 2 de abril, día en el que emprendimos nuestro viaje a Las Malvinas, en ese mismo aeropuerto, sólo se encontraba mi madre, rezándole no sé a quién, ni para qué; si igual mis hermanos terminarían como terminó mi padre en la segunda guerra mundial en manos de los alemanes, ¿pero qué importa? Fueron muertes dignas, murieron defendiendo a la patria, esa misma patria que nunca sabrá sus nombres.

Margaret Tacher, la primera ministra en ese entonces, y su gobierno nos prometieron un montón de beneficios, no sólo a los soldados que participamos en la guerra, sino también a nuestros familiares, este auxilio era tan real como aquel ser al que mi madre le rezaba, era lógico que no recibiríamos ninguna manutención, mientras ella, gracias a nosotros, obtenía su reelección un año después.

Salí del aeropuerto, una vez se terminó el recibimiento -o mejor dicho el circo-, me marché lo más rápido posible de allí, como mi casa quedaba cerca me fui caminando para aprovechar y ver los cambios de la ciudad en los más de tres meses de mi ausencia, mientras hacía el recorrido, la vi a ella, su belleza eclipsaba cuanto había a su alrededor, la seguí por un buen rato sin que se diera cuenta hasta llegar a su casa, observé en su buzón y decía: Miranda Bonelli, sí, Miranda, que hermoso nombre, pensé; cuando reaccioné, recordé que mi madre me esperaba ansiosa en la casa, así que me devolví lo más rápido que pude, pero con atención para recordar el camino que me llevaba a la casa de la hermosa mujer.

Luego de diez minutos, los cuales me los pasé pensando en Miranda, llegué a mi casa, allí estaba mi madre, sentada en el sofá, esperándome, sólo nos dimos un abrazo frío, desde la muerte de mi padre nos acostumbramos al dolor, a morir viviendo, a vivir sobreviviendo, quizá como Baudelaire se acostumbró a vivir solo, nosotros nos habituamos a la tristeza permanente y más ahora, con la muerte de Steven y Phil, pero a diferencia de antes, ahora yo si tenía una razón para vivir, y era ella, esa hermosa chica.

Al día siguiente, como de costumbre, me levanté a las 7:00 de la mañana, tomé un café, me preparé para salir, le di un beso a mi madre y fui a la casa de Bonelli, claro que recordaba el camino, si toda la noche pensé en ella. Llegué, la esperé afuera y luego de dos horas salió para ir a su trabajo, me escondí para que no se alertara de que alguien la observaba; al verla me enteré del verdadero significado de felicidad, no esa impostora de la que hablaban después de derrotar a los argentinos en esa estúpida batalla; este ritual se repitió alrededor de tres semanas.
Después de ese tiempo, me atreví a seguirla hasta su trabajo, el café Cavern, ubicado a 4 cuadras de su casa, me senté en una mesa, la llamé y le pedí que me trajera la carta, el “con gusto” que desprendió de su boca, sonó como si Afrodita me hubiera hablado directamente. Pedí unos bocadillos con un té, platicamos un rato, 2 minutos quizá-los más hermosos de mi vida-, luego la esperé en el restaurante hasta que saliera para su hora de almuerzo, la invité a un restaurante cerca, a lo que ella amablemente me respondió con un si, inesperada respuesta para mí, ya que yo era un soldado y ella la mujer más hermosa del planeta.

Llegamos al restaurante, le pregunté su nombre, como si no lo tuviera clavado en mi mente y en mi corazón, y el motivo de su visita a Inglaterra, porque por su acento se notaba que no era de aquí, ella me respondió que su nombre era Miranda, y que venía desde Argentina por un intercambio a estudiar inglés, le dije que mi nombre era Lorenzo, un estudiante alemán, el cual venía a conocer la ciudad, ¿qué pensaría si le digo que soy un soldado inglés que participó en la guerra de las Malvinas? ¿Qué pensaría mi padre, si me hubiese escuchado decir que era alemán? Igual lo único que me importaba en ese momento, era compartir con ella ese grandioso momento.
Hablamos un buen rato, se despidió fríamente, y recuerdo sus palabras como si me las hubiese dicho ayer:” Mañana me devuelvo para Argentina” esas palabras calaron en mí como un puñal en el corazón, fue mucho más poderosa ella, que mil soldados que no pudieron contra mí…la perdí, sin haberla tenido en mis brazos.

Al otro día, el mismo ritual de siempre, pero esta vez la acompañé al aeropuerto, en silencio, antes de montarse al avión, le entregué una nota que decía: “Quizá no recuerdes mi nombre, pero nunca nadie te va a amar como yo”, la leyó, se rió y el papel terminó en el piso, roto. Me fui, sintiéndome un argentino más, uno de los tantos derrotados.

Y pensar que a un puñado de compatriotas suyos, los vencí y con ella no pude, me derrotó sin utilizar un arma, sólo su belleza

NombreRicardo Madrid Builes
Emailricamad-10@hotmail.com