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jueves, 17 de mayo de 2012

"Trance" de Juan Alejandro Aguilar Serrano


Se levanto y se vio en el espejo la imagen que le fue devuelta era de una persona aparentemente mayor de la edad que tenia, preparándose para otro dia monotono mas se dirigio al baño se lavo los dientes y encendio la ducha se metió al agua fria sintiendo la quemazon que le causaba el liquido helado en su cuerpo acabandose de bañar salio del cuarto de baño y se comenzó a cambiar sintio una pequeña molestia en el hombro izquierdo pero hizo caso omiso de esa señal, reflexiono y se dio cuenta de que se sentía solo que toda su vida la habia hecho como si fuera un instrumento de alguien mas que su único objetivo había sido el de avanzar en su entorno laboral,sintio una punzada mas fuerte en el hombro izquierdo, bajo pensamientos oscuros trato de asir las pastillas que le había recetado el doctor pero la mesa de cama parecía lejana avanzo a rastras y estiro un brazo tomo el frasco con las pastillas y se trago 2 de un tirón de repente todo se paralizo el mundo no tenia sentido y cuando sintio la agonia de no poder inhalar simplemente murió.
A la distancia solo se escucho el rumor de los niños jugando en el parque y un hombre con binoculares observando el apartamento con un hombre tirado en su dormitorio, había cumplido su parte cambiando las pastillas para el dolor del hombre ahora le tocaba al destino lo demás.

NombreJuan Alejandro Aguilar Serrano
Emailpsycodelic_waves@hotmail.com

"Mágico terreno" de María Andrea Cruz Blandón


Un grupito no muy chiquito, se dejaba ver entre las sombras, cuando el sol se escondía; cuando sus rostros no se distinguían, se veía como juntos caminando uno a uno se paseaban como dueños del terreno, reclamando derechos, juntando voces para parecer más certeros y grandes ante los ojos de los mortales que en el terreno permanecían por labores académicas que necesitaban para sus vidas, porque en el mundo en que vivían si no poseían conocimiento alguno se convertían por embrujo de los otros en desecho, o en escoria social, poderes que habían sido concedidos por “Elite”, un hombre de aspecto áspero, austero y con un tono bastante grave en la voz, con quien se tenían que relacionar si querían ser muy importantes en un terreno mas grande que aquel en que se entregaban a las labores.

Ese grupito de nombre innombrable, de composición extraña entre la sentencia normativa del grupo de permanecer en clandestinidad, y la necesidad de ser escuchados y seguidos por los mortales que desconocían todo de ellos, excepto su protagonismo febril y su actuar inconfundible, un día que se cubría con un manto encantado que había propiciado el señor “Falaz”, que no distinguía entre la verdad y el amarillismo, generó una inconformidad en este grupito. Entonces haciéndose paso entre los arbustos y revisando minuciosamente el área cambiaron de atuendo tomando una pócima, anduvieron entre la multitud mezclándose entre los mortales, sin despertar sospecha, y maquivelaron todo para que nadie notara de su presencia pero si notara de sus propuestas, con un polvito de “credulidad” que le permitieron al más pequeñín esparcir entre los mortales, porque a él le quedaba más fácil escabullirse, convencieron a la mayoría de la conspiración del señor “Falaz”.

En aquel momento en ese terreno que antes se respiraba tranquilidad se empezó a respirar desconcierto, los mortales corrían y perdían sus pertenencias sin percatarse de ello, entonces Clarisa que era más dada a la cautela, se fue lentamente observando cada movimiento, analizando cada palabra, mientras se encontraba en esa tarea percibió a un pequeñín correr sigiloso por entre sus amigos mortales, esto le pareció sospechoso y no porque estuviese corriendo, porque así la mayoría lo hacía, sino porque este lo hacía con singularidad una de mover sus manos de tal forma que parecía suministrar a todos algo, pero ese algo Clarisa no lo alcanzaba a distinguir. Fue así como ella se aprovecho de la turbamulta, de la pérdida de control, y persiguió discreta al pequeñín, cuando menos pensó se encontraba en un lugar que desconocía, un lugar lúgubre con hojas de arboles secas por doquier; resolvió esconderse tras un árbol cuando notó que los compañeros de marcha eran nada más y menos que aquellos que pertenecían a ese grupito que no se dejaba ver en el día, vio como el pequeñín con un ungüento tomaba forma como parte de ellos, vestido de negro y sin un rostro definido.

Clarisa que de miedos no conocía, cierto día lo conoció, cuando mirando intrigada por el ritual que este grupito llevaba a cabo, lo vio transparente a través de los ojos de aquel pequeñín que imprimió en ella toda la furia de quien es descubierto y no quería que así fuese, sus ojos se tornaron rojos llenos de llamas, brillaba una luz no esperanzadora sino asfixiante que tomo a Clarisa y la dejo inmóvil, impedida y temerosa, luego ella vio como aquel ser le hacia un gesto a un compañero y señalaba al árbol en que ella se encontraba. Ella salió corriendo, sin embargo cuando lo hacía recordó un conjuro que su abuela le había enseñado de pequeña, que se lo enseño con la condición de solo usarlo cuando su vida corriera verdadero peligro, entonces dejo de correr, y recitó el conjuro:

– “Recordaos que el pasado te puso al servicio de la vida, que solo ella podrá decidir cuándo termina, recordaos que no es justo que me quites la vida yo os juro que soy vitamina, oh! Luna tu que me iluminas permíteme ser invisible a los ojos del peligro inminente de aquel que quiere vestirse de verdugo en el día”–

Y terminado el conjuro vio como el pequeñín y sus secuaces caminaron en círculo buscándola sin dar con ella.

Aun así y ya bajo las circunstancias en las que se encontraba y en el efecto de invisibilidad decido seguirles e investigarles más a fondo, pues veía que la integridad de los mortales se ponía en peligro cuando este grupito dirigía las ideas.

Llegó hasta el lugar por el que ella todos los días arribaba al terreno, ahí vio al grupito y a otro grupito también muy parecido, de aspecto tal vez más imponente pero en esencia lo mismo, robustos, de negro y con cara indistinguible, vio como ambos, los del bando de “Falaz” y el grupito del pequeñín se enfrentaron con pócimas, ungüentos, conjuros y polvitos mágicos, ambos grupitos eran muy buenos pero desperdigaban sus fuerzas y conocimiento en la magia con el enfrentamiento, pues los mortales no veían mas allá de lo grande que eran las armas de enfrentamiento sino que veían lo superficial, el polvo que quedaba al final de cada encuentro frente a frente entre ambos grupitos.

Clarisa que aun se preocupaba por la vida de los mortales, se ingenió la forma de comunicarles de la realidad a aquellos que convencidos por la conspiración de “Falaz” perseguían al grupito, la forma de absolverlos con la luz de la verdad y poder quitar el encantamiento que había provocado “credulidad”, ella se pronunciaba como viento y susurraba a los oídos de sus amigos los mortales conjuros para despertaros del hechizo, así poco a poco y más bien lento los mortales fueron entendiendo la situación y sacudiéndose con despabilamiento. El pequeñín que seguía siendo el encargado de esparcir “credulidad” y mantener a los mortales con ellos, se percató de ese comportamiento, y él que no olvidaba que Clarisa se les había escapado dedujo hábilmente que ella era la culpable de eso, y dejando a un lado la tarea con los mortales y el enfrentamiento con los del bando de “Falaz”, buscaba pistas de acuerdo como iban despertando, así le era más fácil atrapar a Clarisa, ella insistía en su labor de susurrar a los mortales, y olvidaba por completo la advertencia de la abuela cuando le ensenó el conjuro, que decía que este duraba el tiempo necesario para escapar del peligro y que una vez desvanecido era imposible volver a usarlo.

Clarisa finalmente terminó su tarea, y salió casi que corriendo de aquel sitio hasta encontrar un lugar más solitario donde pudiera permanecer escondida. El pequeñín notó la brisa que Clarisa generaba con la huida y la siguió como si supiera que realmente era generada por aquella espía; justamente por eso el pequeñín vio como un lugar que antes estaba vacío, se llenaba con una figura de un cuerpo, muy callado se acerco a esta figura y le sorprendió por la espalda, Clarisa solo sintió un aire frio que helaba, unas manos cubiertas que la iban asfixiando, intentó defenderse incluso con el conjuro de su abuela, ignorando que este ya no le servía, pero el pequeñín ganaban en fuerza y logró dominarla y finalmente matarla.

El cuerpo de Clarisa fue encontrado al día siguiente con un doliente que moría junto a su hija, pero al que nadie podía dar explicaciones de lo sucedido, los mortales que se fijaban solo en lo superfluo pasaron indiferentes frente a la escena, tan solo se fijaban quien era el desafortunado de no seguir con vida y seguían su camino apurado por las labores que les esperaban. El pequeñín y su grupito como siempre permanecían ocultos mezclados entre las multitudes influenciando las corrientes de aire para ser seguidos por los mortales, y es que en ese mundito el privilegiado era del más astuto no importaba el caso, así Clarisa murió en el terreno, en la mente de los mortales y en la memoria de quien acabo con su vida, tan solo permanecía merodeante en el corazón y en el recuerdo de su padre. 

NombreMaría Andrea Cruz Blandón
Emailandrea1391@gmail.com

"Llegó con olor a otro" de Walter Gomel

Llegó con olor a otro. Se me está acelerando el pulso y no puedo pensar. ¿Tengo que pensar? ¿Tengo que actuar? Ella me habla como siempre y temo que mi cara me delate. No escucho lo que me dice. La veo, como en una película, hablando en cámara lenta, lejos, mientras la sangre me hierve el cerebro. ¿De dónde conozco ese olor? ¿Conozco ese olor? Pasan millones de imágenes por mi cerebro. ¿Adónde me dijo que iba a ir hoy a la salida del trabajo? La furia me invade lenta pero sostenidamente. Ella lo nota, pero sigue hablando de no sé qué cosa. Creo que eligió el camino de la indiferencia. Yo aún no sé qué camino tomar, pero me estoy exponiendo. Es un círculo vicioso. No quiero mostrar enfado, al menos por ahora, pero me está cegando este sentimiento desconocido de celos y odio, tal vez traición. Esta vulnerabilidad me produce además un enorme enojo conmigo. Necesito serenarme. Seguramente tiene una explicación. Ese olor a hombre que tiene mi mujer, ese olor a un hombre que no soy yo que tiene mi mujer seguramente tiene una explicación. Me dirá algo simple, creíble, algo que no estoy viendo porque ya no puedo ver. No puedo ver, y esa debilidad es su fortaleza. En esta situación, cualquier cosa que diga podría convencerme. O peor aún: cualquier cosa que diga, aunque diga la verdad, ya no va a convencerme. Siempre es peor la verdad que uno se inventa que la misma realidad. Quiero gritar, pero me estoy ahogando. Siento que se me enrojece la cara, me tiemblan las manos, transpiro fría y nerviosamente, pierdo el control. Estoy intentando compostura para hacerle la pregunta. ¿Pregunto o afirmo? Ella tiene olor a otro, no es una idea mía. ¿Se lo sugiero, se lo comento como al descuido? La bronca es mala consejera y sé que ella va a responder con frialdad y precisión. Tal vez, hasta ensayó una o varias respuestas. Ella tiene ventaja, pudo anticipar esta situación y planear varias alternativas, como en una partida de ajedrez. Yo me voy a mover por instinto, voy a improvisar, y ella va a apabullarme con sus argumentos estudiados, esgrimiéndolos razonablemente, para hacerme trastabillar. Pero yo tengo que mantenerme firme y no creerle. ¿Y si dice la verdad? ¿Le tengo que creer? ¿Le quiero creer? ¡Si pudiera poner una pausa, parar la pelota, enfriar la cabeza! Tal vez sea lo mejor. Hacer como si nada. Pasar la noche. Ganar tiempo para pensar. Incluso, buscarla esta noche. Provocar la situación de un encuentro sexual esta noche. Cambiarle el partido. Forzarla a ella a improvisar, a que pise el palito, a que se entregue sola. ¿Y si no se niega? ¿Y si juega a fondo y pretende tener sexo conmigo a pesar de haber tenido sexo con otro tipo? Para ella no sería muy difícil. Incluso puede que ése sea su plan. Un buen plan. La coartada perfecta. Aunque en ese caso, el olor del otro tipo se haría evidente. ¡Maldición! Sigue hablando, casi diría con exagerada cordialidad. Sigue contándome su día con un buen humor impropio de ella a esta hora. Está forzando mi mal humor, lo presiento. Está queriendo que eche humo y rompa esta situación amena –aparentemente amena, ficticia y descaradamente amena- para luego endilgarme que ella vino bien, que llegó de buen humor y que soy yo el que está mal. Otro posible argumento: de ahí al “siempre estás de mal humor” hay tan sólo un paso. Es casi una justificación para acercarse a otro. Es como un pase, una credencial: no lo hizo porque sí. Después podremos discutir largo y tendido sobre los motivos subyacentes, arribar a la obvia conclusión de que los dos somos culpables, que no supimos plantear nuestros problemas dentro de la pareja y demás. Pero ella trocará el desliz en una justificada salida desesperada. Y entonces ya no habrá entonces. De repente, me asalta otra duda: ella no llegó con olor a otro por error, porque no tuvo tiempo de quitárselo o porque me subestimó. Ella lo hizo a conciencia. Está provocando esta situación. Quiere blanquearla: quiere dejarme. Ahora, mientras pienso esto, un dolor agudo me oprime el pecho. No puedo, por mucho que me esfuerce, evitar que mis ojos se humedezcan. Los aparto de ella, para intentar reestablecerme, pero pienso que me va a dejar y se me cierra la garganta. Llegó con olor a otro porque ya no le importa. No tiene nada que ocultar. Por el contrario, quiere terminar conmigo, que en definitiva es lo que le molesta. ¿Está enamorada? ¿Lo conoce hace tiempo? ¿Lo conozco? Estoy haciendo grandes esfuerzos por intentar encontrar en el tiempo reciente, o no tan reciente, algún indicio, alguna pista que me indique cuándo sucedió, cómo sucedió. No logro pensar con claridad y poco a poco la furia incial va convirtiéndose en tristeza. La miro, y comienzo a sentir que se me escapa, que se me desarma la vida. Pasado y futuro, pero sobre todo presente. ¿Estoy extrañándola? ¿Estoy conversando con ella por última vez? Me siento un estúpido, y me digo a mí mismo que lo merezco. A esta altura ya no sé qué prefiero. Si la furia y la sinrazón de los celos por una aventura, breve o no, pasajera o no, pero aventura al fin, sin pretensiones de relación seria, sin sentimientos de estabilidad; o la tristeza profunda, infinita, terrible y demoledora de saber que la he perdido. De una u otra manera, soy incapaz de actuar. Me paraliza tanto el odio como el miedo. Nunca fui un tipo impulsivo, pero evidentemente, esta vez, pensar no me sirvió de mucho. Apenas si puedo respirar, y todo lo que ingresa en mi organismo es su olor, el olor a otro, envenenando mis pulmones. Ella terminó de cenar y yo no probé bocado. Tampoco creo que pueda dormir.






NombreWalter Gomel
Emailwalter@gomel.com.ar








"La gran batalla" de Ricardo Madrid Builes


Recuerdo aquel 14 de julio de 1982, ese fue el día del regreso a mi país, a mi pueblo, a mi casa, hacía un mes los soldados argentinos habían cedido ante nuestras amenazas y retiraban su ejército de las Falklands, y nosotros los ingleses, nos proclamábamos vencedores de una guerra que no tendría nunca a nadie como triunfador, 255 muertos y 777 heridos, entre los fallecidos se encontraban mis dos hermanos, Phil y Steven, lo que demostró que fue más lo perdido que lo ganado. Ese 14 de julio, el Reino Unido me recibía como un héroe nacional, me proclamaban como un símbolo de la patria, pero, ¿cuál patria? mi patria ya no existe, mi verdadera patria era mi familia y se ha extinguido, ¿qué me importa a mí unos seres que no han hecho nada por mí? Ellos celebraban, mientras yo lloraba; pensaba, mientras sonreía falsamente ante la multitud que fue a recibirme en el aeropuerto Internacional de Manchester.




Paradójicamente el 2 de abril, día en el que emprendimos nuestro viaje a Las Malvinas, en ese mismo aeropuerto, sólo se encontraba mi madre, rezándole no sé a quién, ni para qué; si igual mis hermanos terminarían como terminó mi padre en la segunda guerra mundial en manos de los alemanes, ¿pero qué importa? Fueron muertes dignas, murieron defendiendo a la patria, esa misma patria que nunca sabrá sus nombres.

Margaret Tacher, la primera ministra en ese entonces, y su gobierno nos prometieron un montón de beneficios, no sólo a los soldados que participamos en la guerra, sino también a nuestros familiares, este auxilio era tan real como aquel ser al que mi madre le rezaba, era lógico que no recibiríamos ninguna manutención, mientras ella, gracias a nosotros, obtenía su reelección un año después.

Salí del aeropuerto, una vez se terminó el recibimiento -o mejor dicho el circo-, me marché lo más rápido posible de allí, como mi casa quedaba cerca me fui caminando para aprovechar y ver los cambios de la ciudad en los más de tres meses de mi ausencia, mientras hacía el recorrido, la vi a ella, su belleza eclipsaba cuanto había a su alrededor, la seguí por un buen rato sin que se diera cuenta hasta llegar a su casa, observé en su buzón y decía: Miranda Bonelli, sí, Miranda, que hermoso nombre, pensé; cuando reaccioné, recordé que mi madre me esperaba ansiosa en la casa, así que me devolví lo más rápido que pude, pero con atención para recordar el camino que me llevaba a la casa de la hermosa mujer.

Luego de diez minutos, los cuales me los pasé pensando en Miranda, llegué a mi casa, allí estaba mi madre, sentada en el sofá, esperándome, sólo nos dimos un abrazo frío, desde la muerte de mi padre nos acostumbramos al dolor, a morir viviendo, a vivir sobreviviendo, quizá como Baudelaire se acostumbró a vivir solo, nosotros nos habituamos a la tristeza permanente y más ahora, con la muerte de Steven y Phil, pero a diferencia de antes, ahora yo si tenía una razón para vivir, y era ella, esa hermosa chica.

Al día siguiente, como de costumbre, me levanté a las 7:00 de la mañana, tomé un café, me preparé para salir, le di un beso a mi madre y fui a la casa de Bonelli, claro que recordaba el camino, si toda la noche pensé en ella. Llegué, la esperé afuera y luego de dos horas salió para ir a su trabajo, me escondí para que no se alertara de que alguien la observaba; al verla me enteré del verdadero significado de felicidad, no esa impostora de la que hablaban después de derrotar a los argentinos en esa estúpida batalla; este ritual se repitió alrededor de tres semanas.
Después de ese tiempo, me atreví a seguirla hasta su trabajo, el café Cavern, ubicado a 4 cuadras de su casa, me senté en una mesa, la llamé y le pedí que me trajera la carta, el “con gusto” que desprendió de su boca, sonó como si Afrodita me hubiera hablado directamente. Pedí unos bocadillos con un té, platicamos un rato, 2 minutos quizá-los más hermosos de mi vida-, luego la esperé en el restaurante hasta que saliera para su hora de almuerzo, la invité a un restaurante cerca, a lo que ella amablemente me respondió con un si, inesperada respuesta para mí, ya que yo era un soldado y ella la mujer más hermosa del planeta.

Llegamos al restaurante, le pregunté su nombre, como si no lo tuviera clavado en mi mente y en mi corazón, y el motivo de su visita a Inglaterra, porque por su acento se notaba que no era de aquí, ella me respondió que su nombre era Miranda, y que venía desde Argentina por un intercambio a estudiar inglés, le dije que mi nombre era Lorenzo, un estudiante alemán, el cual venía a conocer la ciudad, ¿qué pensaría si le digo que soy un soldado inglés que participó en la guerra de las Malvinas? ¿Qué pensaría mi padre, si me hubiese escuchado decir que era alemán? Igual lo único que me importaba en ese momento, era compartir con ella ese grandioso momento.
Hablamos un buen rato, se despidió fríamente, y recuerdo sus palabras como si me las hubiese dicho ayer:” Mañana me devuelvo para Argentina” esas palabras calaron en mí como un puñal en el corazón, fue mucho más poderosa ella, que mil soldados que no pudieron contra mí…la perdí, sin haberla tenido en mis brazos.

Al otro día, el mismo ritual de siempre, pero esta vez la acompañé al aeropuerto, en silencio, antes de montarse al avión, le entregué una nota que decía: “Quizá no recuerdes mi nombre, pero nunca nadie te va a amar como yo”, la leyó, se rió y el papel terminó en el piso, roto. Me fui, sintiéndome un argentino más, uno de los tantos derrotados.

Y pensar que a un puñado de compatriotas suyos, los vencí y con ella no pude, me derrotó sin utilizar un arma, sólo su belleza

NombreRicardo Madrid Builes
Emailricamad-10@hotmail.com

"El regreso" de David García Flórez


Separados por los kilómetros, alejados de los besos y las caricias, de aquellos eternos abrazos y fuertes suspiros, luchando contra el tiempo y el desespero de sentir sus pieles cercanas no se rendían, no era suficiente, nada era preciso para borrar de sus mentes la infinidad de momentos sublimes que juntos habían vivido, el mismo deseo seguía vivo y las esperanzas imperecederas para pensar en el futuro de sus cuerpos y corazones unidos como siempre.

El miedo tomaba ventaja en ella que sentía que la guerra arrebataría de sus brazos el hombre que tanto había amado, pensaba una y otra vez porqué se habría ido, porqué la habría dejado allí, sumida en llanto y confusión al ver que él decidía entregar su vida en nombre de una causa que sentía, necesitaba de su mano, repetía en su mente las últimas palabras que de su voz serena habían salido “Regresaré ¿Por qué no habría de hacerlo si eres todo para mi? No me olvides y espérame con un beso” y que con una sonrisa sellaron la última vez que lo vio.

El primer año de su ausencia recibía sus cartas que manchadas con tierra y lodo anunciaban que todo estaba bien, que le recordaban cuanto la pensaba, la extrañaba y la necesitaba, de vuelta, ella escribía que esperaba su pronto regreso, que nunca la olvidará y que le prometiera que regresaría con vida, a salvo, que los sueños que tenían aún no se habían cumplido a lo que él contestaba afirmándolo una y otra vez “Te prometí que nunca te dejaría, aún tenemos muchos sueños que cumplir” era inevitable que tanto ella como él no rompieran en llanto al leer sus cartas y sentirse tan lejanos.

Los tiempos fueron duros y las noticias de las complicaciones de la guerra fueron desastrosas, las cartas dejaron de llegar y los anuncios de muertes cercanas auguraban lo peor, era inevitable pensar que lo que más temía había pasado, pero entonces, ¿Por qué ninguna carta anunciaba la muerte de él? Todas las ideas eran difusas y aún más con las lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta.

Con el corazón en la mano y el cansancio en su cuerpo él luchaba, seguía en pie a pesar de las heridas por cumplir su promesa, por alcanzar sus sueños, por recobrar el tiempo y compartirlo con ella, el único motivo que lo mantenía vivo y con la fuerza para no decaer en una situación que lo aturdía y magullaba, que quebrantaba su alma pero no destruía. La falta de sus besos y caricias era más doloroso que las noches heladas durmiendo bajo escombros, que la lluvia torrencial que los azotaba, la pobre y casi putrefacta comida de cada día, que las largas y extenuantes caminatas que maltrataban sus pies aprisionados en botas testigos de sangre, sudor y dolor.

La situación hacía imposible tener tiempo, incluso materiales adecuados para escribir una carta, el miedo de él era diferente, sentía que su ausencia y la falta de sus cartas harían que ella se rindiera, lo abandonara y buscara a alguien más que cumpliera sus sueños y fuese capaz de alcanzar sus metas, quería abandonar todo y si era necesario correr hasta sus brazos tan solo para verla una última vez y poderle decir que la amaba con todo su ser para luego caer exhausto y morir tranquilo. Todo se tornaba desesperante para él, incluso, el mismo miedo había hecho muchas veces hacerle caer en el deseo de morir al pensar que efectivamente ella lo había dejado, pero el amor entre los dos era tan fuerte que esa conexión entre sus corazones no se había perdido y eran esas corazonadas las que lo alentaban a continuar.

Dos años habían pasado desde la última vez que sus labios se tocaron y sus voces se escucharon, el día que ninguno creía posible después de tanto tiempo había llegado, el regreso a casa era inminente, a pesar de seguir en guerra, el territorio en el que había estado ya no necesitaba de él, extrañamente no quiso informar nada, quería llegar sorpresivamente, era lo que le decía su corazón, ella no sabía nada, lo que tanto esperaba no sabía que ocurriría tan pronto, se sentía resignada. Esta vez no había uniformes raídos, ni sucios, no había botas llenas de lodo ni cascos rayados, no había armas ni bolsas de campaña, solo un alma llena de recuerdos y con el único deseo de recuperar tanto tiempo, un corazón fulminado por la adrenalina, sus pasos lentos y torpes subieron las escaleras que daban a la puerta de su casa y levantando el puño nerviosamente toco a la puerta esperando respuesta, del otro lado ella no tenía idea de lo que esperaba, camino hacia la puerta y la abrió, en ese instante el silencio fue inminente, las palabras serían efímeras, solo una mirada penetrante que inundo los ojos de lágrimas y luego un abrazo tan fuerte que ni siquiera el no poder respirar hubiese importado y fue allí, el momento en el cual las palabras tomaron importancia y la única frase que se escucho en medio del llanto “Regresé, es hora de seguir cumpliendo nuestros sueños, nuestra promesa siempre seguirá en pie” hizo que se cerrara la puerta y tras ella se recuperasen dos años en medio de las sábanas, los besos, las caricias y dos corazones que se amaban completa e infinitamente.

NombreDavid García Flórez
Emaildavitodx@gmail.com

"Bruma" de David García Flórez


Fue así como el paso del tiempo y las circunstancias que lo hacían sospechar fueron develadas, el frío entumía sus manos, el viento golpeaba su rostro y el dolor recorría su cuerpo, no podía con el peso que causaba tal noticia. Es verdad, lo sospechaba, pero prefería creer que nada pasaba, que solo eran sus constantes temores haciendo eco en lo que llamaba su nueva vida, que era hora de dejar fantasmas atrás y seguir adelante con lo que tanto quería, con lo que siempre había soñado. 

Había dejado de buscar huellas, miraba al frente, seguía adelante, pero fue el mismo camino, fue ella misma quien puso la piedra que lo hizo caer y ver lo que había recorrido, tal vez ella no pudo ocultarlo más y quería mostrarlo o fue un simple descuido que expuso toda una promesa vacía tras un telón tejido de mentiras. Ella tenía a alguien más pero él perdía todo su mundo, su vida en un instante, su corazón se destrozaba, sus sueños se hacían polvo y ceniza, la pasión, su llama, había sido extinguida y con ella todo por quien vivía.

El dolor era intenso, cristalizó sus ojos y bastaron unos cuantos segundos para que se quebraran en mil gotas de llanto, cada una concentrada con el sufrimiento que solo él podía sentir, las palabras no salían de sus labios, ni siquiera podía gesticular adecuadamente, solo gemidos punzantes producía su boca, en ese instante armado de valor casi ridículo y tal vez, humillándose aún más de lo que ya había sido, lo único que fue capaz de decir -“Hubiese querido que lo ocultaras mejor, prefería vivir engañado que estar así, destrozado, rendido, vencido”, ella no pronunció palabra, él con pasos débiles se fue alejando; vio de nuevo el camino, esta vez con una bruma espesa que ocultaba lo que quería de su vida, subyugado por el dolor y el miedo que le causaba la soledad, se sentó a esperar, a esperar nada, porque todo lo que quería se había ido con alguien más.

NombreDavid García Flórez
Emaildavitodx@gmail.com

"La silla roja" de LutxOspina Manzano


Carlos despierta muy temprano. 

El despertador marca ya las seis de la mañana.



Se levanta, y al que todos los días se prepara para ira trabajar. A Carlos no le gusta probar nada diferente, le agrada la monotonía y el agua bien fría. Ya está listo, vestido y arreglado. Se ha tomado el primer café de la mañana, con dos de azúcar le gusta a él.



Antes de partir mira su reflejo en el espejo de la entrada. Lo que aparenta debe aparentarlo bien. De su casa a la estación tararea aquellos temas que rondan por su cabeza mientras que al mismo tiempo observa a las personas, que como él, se preparan para ir un día más a trabajar.



Mientras espera su respectivo bus pierde las esperanzas de poder ir cómodamente, aunque sea de pie. Hay mucha gente a su alrededor y eso de verdad molesta a Carlos. No soporta sentir el respirar de otra persona. No soporta sentir las manos de otra persona. Pero sobre todo no soporta a todas aquellas personas que van con él.
Le rompe el alma tener que ver a tantas mujeres y a tantos hombres que perdieron sus sueños, que se rindieron y permitieron que sus sueños quedaran en el olvido. Mira el rostro de todas esas personas y se siente como cuando se mira en un pozo tan profundo que no sabes dónde queda el fondo,pero que sin embargo sabes que no tiene nada valioso y que por eso ni la luz llega hasta allí.



Pero de tanto compartir, vivir algunos minutos,escuchar conversaciones que no escuchar, ver tantos besos que a él nadie le da,ha logrado descubrir algo…



- Hay algo que les roba una sonrisa. Hay algo que les permite sentir que tanta espera ha valido la pena. Hay algo por lo que existir.



Después de dos o tres paradas es su momento de sonreír. El hombre que estaba frente a él se ha levantado dejando libre su lugar, ahora él lo puede tomar. Y cuando digo tomar su lugar, me refiero a eso mismo, ahora Carlos puede ser como ese hombre. Puede ser lo que él quiere ser,puede hacer lo que él quiere hacer.



Puede pensar en qué hacer después porque su cabeza ya está en calma, sus sentidos en orden y su cuerpo cómodamente.



La espera ha valido la pena.
A la silla roja llegó al final del día.
La vida ha valido la pena

NombreLutxOspina Manzano
Emailluchospinama@hotmail.com


"La Pena" de Alvaro Franco Nieto

El hombre corrió desesperadamente después de haber hurtado la verdura que no podía comprar y su esposa necesitaba para curar el dolor de estomago que tenía su hija. El, besó la niña en la mejilla tratando de borrarle las lágrimas que bañaban sus rojas mejillas, pero era tarde. El perito forense determinó que a esa hora ya la peritonitis la había matado. Nada de esto conmovió al Fiscal y leyendo al pie de la letra cada uno de los cargos, sentenció al atribulado padre a 15 años de cárcel por haber robado a uno de los comerciantes más ricos del país.

NombreAlvaro Franco Nieto
Emailvarofnieto@gmail.com

Hope


Su cuerpo lucía quebrantado y mórbido, por suerte estaba vivo y el hilo que conectaba su obstinada fuerza a la siniestra esperanza de supervivencia se encontraba firme, aunque no por mucho. Cuando me acerqué parecía ser hembra, pero finalmente era macho. Trataba de ponerse de pie pero el impacto indiferente de un artilugio sin sangre lo hizo volar cerca de tres metros a las afueras del lugar del impacto. El caniche estaba muriendo, lentamente y sus ánimos de ladrar se habían disipado ante su incapacidad de moverse. Por suerte lo hallé y lo miré a los ojos. Desde ahí decidí llamarlo Hope y me aferré a él.
Creo que lloraba aunque el sollozo era tan tenue que el ruido de las bestias animadas por combustible refinado se encargaba de censurar el lamento del can que parecía dejarse llevar por la incertidumbre de la llegada de su muerte. Nadie lo observó ni siquiera y mucho menos se inmutó a recriminar a quien montaba tal carruaje de patas de goma. Me atravesé el camino jerarquizado para bestias sin vida y desde ellas los cláxones no se hicieron esperar. Yo me sentí indiferente a ellos como ellos a la agonía de Hope; detuve el tráfico sin tal intención, mi único fin era salvarle la vida a él que ya sangraba por su hocico abierto. Estaba malherido y comenzaba a cerrar sus ojos, yo no veía suerte de salvación y mucho menos solidaridad de aquellos que dicen guiarse por el corazón. ¿Es que no ven que sufre? me pregunté con constancia interrumpido por el ruido incesante que perturbaba mis ideas y desasosiegos al observar a Hope convaleciente y moribundo. Me quité la camisa, lo arropé y asumiendo cualquier otro riesgo que pudiera acelerar su deceso, lo cargué con ímpetu y empecé a correr gritando ayuda. Nadie se sorprendió.
Llegué a la clínica, sí, a la de humanos, y aunque parecía morir Hope, los ojos de la enfermera obesa miraron de reojo a la vida que se iba; con indiferencia rechazaron al can del establecimiento aduciendo discriminación de especies y me marché con supremo enojo y desesperanza dando permiso a uno de los automóviles al que le fue abierto el paso para aparcar en el lugar donde un perro moría. Hope respiraba más despacio pero con más dificultad. Las lágrimas comenzaban a expresarse en complicidad con mi zozobra y con el desahucio de Hope, yo le hablaba a la oreja, a la peluda oreja color avellana que hilachuda y azarosa se veía sucia pero sana a comparación de su abdomen y sus patas traseras. “Vamos Hope, resiste, vivirás” le decía a él tratando de animarme a mí mismo a salvarlo, era claro que no me comprendía. 
Hope comenzó a respirar de forma irregular y con rapidez. Mis lamentos se hicieron más brumosos, mi respiración también se agitó y la desesperación me invadió definitivamente. “¡Se está muriendo hombres indiferentes!, y aquí es donde ustedes se limpian las manos de la sangre que en el espejo observarán si remueven su piel y su rostro. ¿Quiénes son ustedes para jerarquizar las vidas que nos acompañan en el mundo? ¡¿Quiénes?!” Grité exasperado y golpeando con mis piernas toda la basura que alrededor adornaban la pútrida indiferencia de quienes me observaban atónitos y desafectos.
Caminé tiempo impensado ya con Hope desfallecido, esparramado en la camisa y sin señal alguna de vida. Mis lágrimas se arrebataron al tiempo que mis pasos las corroían hacia el exterior de mi rostro, procuraba desplazarme con los ojos cerrados no sé si para evitar derramar más de mi llanto o para simplemente evitar encontrarme con la escena deplorable que mi camisa sostenía. Finalmente hallé un lugar especializado para Hope, me dijeron que no tenía signos vitales y que lo mejor era enterrarlo, que no tenía caso esforzarse con recuperarlo. Me rehusé en absoluto porque durante el trayecto mis presentimientos vagos se apropiaron de un poco de vida del can y yo quería devolvérsela. Propuse pagar todo lo necesario porque ni siquiera el médico de animales se compadeció de su paciente malherido. Rayos X, exámenes, reanimaciones y más adelante cirugías fueron necesarias para que finalmente Hope contara con un haz de vida, el cual estuvo a punto de opacarse por la insensibilidad humana hacia la vida. 
Permanecí horas incontables dormido en el piso de la clínica a la espera de una sonrisa del veterinario; al cabo de unas lágrimas, en la madrugada, la noticia me fue dada: Hope había perdido la movilidad en sus patas traseras y en su cola, pero finalmente sobreviviría. Nunca antes había llorado de tal forma. Mis gritos de desesperación se transformaron en exclamaciones de júbilo y los ladridos de los perros albergados en la clínica no se hicieron esperar; quizá porque los perturbé, o quizá por el júbilo de que uno de los suyos sobrevivió a la inclemencia de la indiferencia humana.
El paso de unos días le permitió a Hope recuperarse y volver a abrir los ojos, esta vez con una vitalidad sobresaliente a comparación de la que tuve la desventura de observar. No se me permitió verlo hasta entonces. Supuse que sería un momento ─por lo menos para mí─ digno de almacenar en los recuerdos que se reproducirán en el último segundo de la existencia y por esa razón el frío atenazó mis dedos y debilitó mis piernas, el sudor se hizo proclive a las ansias y al júbilo expectante que el reencuentro con Hope me producía. La puerta blanca se hizo más delgada hacia el horizonte y con un chirrido leve, más leve que mi rencor hacia lo inhumano, Hope se vino con velocidad desesperante hacia mi desbocada sensación de ahogo absoluto en el placer de verlo, convaleciente, pero moviendo casi todo su cuerpo en señal de agradecimiento y alegría a consecuencia de su incapacidad para movilizar su cola. Fue inefable. Describir cómo esa bola de pelos avellana con negro y hocico bigotudo se acercaba cada vez casi que queriendo abrazarme con sus garras aferradas a mi júbilo me hicieron encontrar una razón de vida más allá de la humana, más allá de la fría y maquinizada conciencia humana.
Hope vive conmigo ya, desde hace varios años, y nunca le ladró jamás en sus paseos a un automóvil; en cambio ellos, con su afán desaforado por seguir el camino hacia el que todos nos dirigiremos algún día, continúan accionando su claxon impacientes pidiendo acelerar el cruce de la carretera a Hope quien, aún con más astucia que ellos, se toma su tiempo para atravesárseles por la vía que recorrerán hasta que pierdan la esperanza.

Escrito por Jack Henriquez

lunes, 14 de mayo de 2012

Al ritmo del arrabal amargo


Y es que su silueta era tal de lejos enmarcada en ese humo blanco embriagador que desprende los sentidos de la misma piel que los percibe, con un aroma dulce y fuerte me hace sentir el ardor, casi que reclamando a mis pulmones no inhalar aquello que me hipnotiza y seduce al mismo tiempo. Así la vi con su figura pintada por tenues brochazos de tentación y malas intenciones, cazadora que buscas un simple trofeo más marcado en tu piel.

Al borde del solar y al ritmo del arrabal amargo movía su figura en ligeras pero persistentes líneas curvas bañadas por el platino de la luz celeste, era un sueño en la realidad. Mis rodillas temblaban con disimulo al borde de esa silla de mimbre tejido y gastado, mientras los dedos quedaban entumidos por la fuerza con la que apretaba la silla y las tonadas de antaño parecían menos significativas al ritmo de su piel y sus caderas.

Con el corazón en la garganta quería acercarme, pero no podía dejar que pensara que soy presa fácil, sin retos ni obstáculos. Ella estaba cada vez más cerca, pues por mí no sentía ningún respeto, solo quería tenerme, sin treguas ni permisos, no era su estilo preguntar y yo acostumbrada a responder.

Sin embargo, me mantenía firme, al borde de la silla justo a la entrada del solar contemplándola a ella bajo el manto roto de la noche, ya ni siquiera la música tenía algún sentido, pues sus caprichosas caricias no me permitían ni lanzarme, ni resistirme. Y es que yo misma me puse la soga al cuello cuando la invite a mi intimidad, si con malas intenciones, sí, yo no esperaba tal ferocidad, la más fina espada echa mujer.

Tal cual, su fina piel blanca y perfecta como el más inmaculado acero y sus caricias cortantes como el más fino filo en la hoja que son sus dedos, así mismo su pelo rojo, teñido de la sangre de sus víctimas, pues es innegable su frase, no ha existido nadie que no la haya deseado, aun si soy egoísta y la quiero mía, prohibida y cortante, pero mía, solo mía. 

Déjame llevarte entre mis sabanas y somos una, déjame sentir el suave aroma de tus labios en mi paladar para recordar que estuviste aquí, y poder decir que fui inocente hasta que vi tu figura. Quiero sentirte dentro y suave, tócame como te tocas a ti misma, mírame como has mirado a tus amantes, bésame como solamente me has besado a mí.

Si así dejamos atrás la silla gastada de mimbre y el frio del solar, así entre mis sabanas blancas, dejamos que las melodías aleatorias nos llevaran lentamente al borde la cama, mientras miraba tu cuerpo con mis manos y sentía el blanco de tu piel, manchada por un lunar justo debajo de uno de tus senos, y yo casi indefensa ante la fuerza de tus labios en mis hombros y mi cuello, era tu marioneta. 

De repente, no aguantaba más ya te necesitaba cerca y propia, pero tu caprichosa respondiste de otra forma a mi llamado, dejaste la noche envuelta en un abrazo, acabas de apagar la vela. Mañana seré otra, ya lo veraz, mañana habrás perdido y yo me quedare con nada, pero no perderé lo que no es mío, tu perdiste lo que tuyo pudo ser, solo para ti.

R. Saldarriaga

NombreRicardo Andrés Saldarriaga Escobar
Emailsaldarriagaricardo@gmail.com

Esperanzas, modas y lecturas (Homenaje a Don Ernesto Sabato)


El muchacho pobre que leía mucho sintió gran felicidad cuando supo que allá afuera, en el mundo que no le pertenecía, se había puesto de moda la lectura, y hablar de libros, y de autores, y asistir a Ferias y todo eso, justo cuando se cumplía un año de la muerte de Don Ernesto Sabato.

-Es maravilloso -pensó.

-Es la ventaja de las modas -comentó el anciano vendedor de libros de segunda mano del centro de la ciudad-; las modas son como puertas por las que las personas atraviesan a salones y galerías temporales en los que hay una relativa posibilidad de que otras personas, que desde siempre se han identificado con eso que ahora los reúne, sean escuchadas.

El muchacho pobre que leía mucho pensó entonces que ahora que esa puerta estaba abierta, quizás encontraría alguien con quien compartir tantas y tantas cosas que habría tenido calladas siempre, desde cuando, siendo muy pequeño, leía los viejos diarios antes que fueran vendidos como material de reciclaje, época en la que conoció por primera vez autores como Stevenson, Poe o Sabato, gracias a los esfuerzos de una profesora de la escuela pública y aquella colección de literatura de bolsillo que su padre había comprado muchísimo tiempo antes, precisamente en la tienda de libros de segunda mano que seguiría frecuentando el hijo, cada vez que contaba con algún dinero.

También recordó el sentimiento de particular emoción que experimentaron Martín del Castillo por Alejandra Vidal, o Juan Pablo Castel, por María Iribarne, cada que estos hombres encontraban en aquellas señoritas alguna señal que les permitía tener la esperanza de no hallarse solos en el mundo, o al menos, de saber que sus almas podrían ser interpretadas, de forma que aquellas mujeres eran mucho más que atractivas, simpáticas y extraordinarias. Entonces pensó que quizás, en alguna calle, en un restaurante, en un bus o hasta en su propio lugar de trabajo, llegaría una escena para él, tal como la tuvieron los personajes de El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas, una escena en la que una atractiva y enigmática mujer tendría algún tipo de conexión especial con este muchacho pobre que leía mucho, en virtud de la amada lectura.

-No hay que emocionarse tanto –espetó el viejo asesor/vendedor de lectura, ser ambiguo que a manera de un Caronte moderno, es capaz de transitar entre dos mundos tan distintos como el de la expresión artística a través de las letras y el de las relaciones basadas en el interés propio, la conveniencia y la desconfianza-; luego de tantos años en este negocio, uno sabe que la moda a la lectura, que se impone necesariamente por excusas comerciales, funciona igual que todas las modas: la mayoría de las personas que llegan persiguiéndola, generalmente se van con su ocaso; se van a buscar otras puertas y hacia otros salones, siempre en permanente carrera por no quedarse atrás. Ya te digo: con una persona que se quede ya es ganancia, sobretodo tratándose de libros y lecturas.

Al mes siguiente, con el fin de la Feria del Libro, Bogotá volvería a la normalidad, y el muchacho pobre que leía mucho quedó en aquél salón sin fronteras, que puede estar en cualquier parte, junto a otros tantos anónimos seres, mujeres y hombres conspiradores contra la precariedad del Mundo Material, que saben que hay letras que fueron creadas para volar con ellas, recorrer los caminos insondables del Alma, auscultar el comportamiento y el Destino de la Humanidad, atreverse a soñar y adentrarse en el conocimiento y expresiones de la Naturaleza, el Arte, la Vida, el Amor y la Muerte. No son para cualquiera.

Pero también saben que hay letras diseñadas para difundir los rasgos necesarios para estar a la moda, ofrecer automóviles y créditos bancarios, revelar los secretos de belleza e intimidades de la gente famosa, o para construir discursos políticos.

-Y aún así, es maravilloso.

Hoënyr © 2012. (WWW.HOENYR.COM)

NombreHENRY CASTELLANOS CÁRDENAS
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Mariposas Juguetonas


La conocí en ese pequeño parque que realmente era todo mi pueblo, digo esto porque si te sentabas en la mitad de este mirando hacia el norte verías la imponente iglesia del pueblo, no era tan imponente que digamos, debido a que no era ni grande ni hermosa, era imponente porque era la única iglesia del pueblo y esto hacia que su única torre y sus paredes de ladrillo se vieran tan hermosas porque era lo único que conocíamos, cuando realmente conoces una sola iglesia, crees que es hermosa porque no hay más puntos de comparación, por esto a veces pienso que la belleza es necesariamente una comparación, todos seriamos hermosos si fuéramos la única persona en el planeta pero empezamos a ser feos cuando hay más gente entre nosotros, que lastimosamente es más bella, (boberías las que pienso cuando acompaño a mi abuelo los domingos al cementerio), les estaba hablando de mi parque o de mi pueblo como lo prefieran llamar. Si miras hacia un lado sentado en el centro encontrarás la alcaldía , si volteas la cabeza la cárcel y si te das vuelta el cementerio que está al lado del hospital, en los paseos con mi abuelo me pongo a pensar que los que construyeron este pueblo eran muy inteligentes por haber puesto estas edificaciones una al lado la otra. Ya que les hablo de mi pueblo tengo que hablarles de la única casa que conozco que es la casa de mi abuelo, esta queda al lado de la iglesia, en una pequeña calle, todas las demás casas cayeron mucho antes que yo naciera debido a que nadie habitaba en ellas.
Mi pueblo es un pueblo muy raro, los únicos que habitan en el, somos mi abuelo, esa chica que conocí en el parque y yo, aunque habitar no es un término que este muy bien usado, lo que pasa es que nosotros tres somos los únicos que estamos fuera de esos cinco edificios que rodean al parque. El resto de la gente habita dentro de los edificios que rodean el parque, dependiendo las necesidades que tengan, cuando tienen ansias de poder habitan la alcaldía y como de estas ansias nunca se saca nada bueno, tienen que pedir perdón para la salvación de sus almas, cuando sienten esto van a habitar la iglesia y cuando allí han logrado salvar sus almas de una eternidad de sufrimiento van a habitar la cárcel porque tienen que purgar por sus errores para que su imagen no quede manchada. Cuando ya han pagado su pena y su imagen queda limpia van a habitar el hospital porque la vida en la prisión no es nada fácil ni para el cuerpo, ni para la mente, después del hospital van directo al cementerio, porque el hospital de mi pueblo es el único hospital del cual no ha salido nunca una persona viva, todos salen derecho al cementerio y cuando ya han descansado lo suficiente se desentierran y vuelven a iniciar el ciclo. Por eso mi pueblo es tan raro, supongo que este debe ser el único pueblo donde toda la vida del hombre esta resumida a simples edificaciones, y donde un hombre puede ser cuantas cosas se le plazca: Alcalde, doctor, enfermo, carcelero, preso, difunto, enterrador, pecador y hasta cura. Excepto una cosa no pueden ser estos hombres, ellos no pueden ser dolientes y ahí es donde entramos mi abuelo y yo, él es el doliente de un pueblo de muertos como siempre ha sido anciano, siempre hay alguien que acompaña a los abuelos y ese soy yo.
Algunas veces los domingos pienso que yo no conozco ningún otro pueblo por tanto ¿Cómo puedo saber que este es el único pueblo donde todos los días es domingo, donde solo hay cinco edificios, donde hay un joven y un abuelo que van todos los domingos a visitar a los muertos?, que tal si este pueblo no sea tan raro como pienso, si no simplemente sea igual que todos los pueblos de esta gran tierra, incluso quien quita que no exista ningún otro pueblo, por tanto seriamos la regla y no la excepción, pero como saben esto son boberías que pienso cuando acompaño a mi abuelo los domingos al cementerio. 
Ya dejando a un lado mi pueblo, les hablare de lo que realmente quería hablarles, que es esa bella joven que conocí un día en el parque, en un recorrido habitual que hacía con mi abuelo. No les puedo decir si la conocí el domingo pasado, o el antepasado, porque realmente no lo sé, en mi tiempo parece que el tiempo no pasara porque todos los días son absolutamente iguales parece como si alguien hubiera hecho un solo molde para los días y eso es lo que estoy viviendo ese maldito molde día tras día, la única razón por la que se que los días pasan es por la hermosa piel blanca de esa chica, esa piel es el único lugar donde se ve que los minutos, las horas, los días y los años van pasando porque el pasar de los días la van acabando poco a poco, pero ella saca esa fuerza que lleva dentro y hace que ese paso de los días la vuelva más bella, al darle un toque de experiencia propia el paso de los años. Ella siempre esta quieta entre los árboles, siempre con esa expresión fija en todo su cuerpo, una mirada helada como el frio material del que está hecha, su postura firme la cual le da un toque de absoluta seguridad y esa dirección de la cabeza, la cual hace pensar que mira fijamente al cielo para descubrir todos los secretos que este esconde. Todo esto hace pensar que esta joven es absolutamente fría y está totalmente concentrada en sus pensamientos pero hay algo en ella que no cuadra y es esa sonrisa, es una sonrisa cálida que va dirigida hacia uno, cuando la ví por primera vez sentí como si estuviera hablando con esa ella y la hubiera hecho reír. Esto me recuerda cuando hago reír a mi abuelo con alguno de los cuentos que invento y gracias a esa sonrisa la expresión de su cara toma una juventud impresionante e imagino cómo habría sido el abuelo cuando joven, si esto alguna vez pasó, claro está. Lo mismo genera la sonrisa de esta chica porque le da un tono caluroso a la fría imagen que transmite el resto de su cuerpo, creo que por eso me ha empezado a interesar y a gustar, quiero saber porque sonríe esta bella adolescente. Todos los días la veo e imagino cada día una razón diferente por la cual esta sonriendo, hoy pensé que estaba sonriendo porque antes fue una bella joven, a la cual una noche su novio transformo en estatua pero antes de esto, él le había dicho que la amaba y por eso ella estaba sonriendo, a veces pienso que si los ojos son la ventana del alma, la sonrisa es la ventana del corazón, observándola bien lo único que he logrado descubrir es que se llama: ¨Felicidad¨.
Hoy ya no pienso porque sonríe de esa bella forma, hoy pienso ¿Por qué se habrá ido?, ¿Qué habrá pasado con ella?, ¿Dónde estará?, hoy pase como de costumbre con mi abuelo y ella ya no estaba, la angustia y la tristeza me absorben porque quiero saber de ella, pero no ha dejado ni un solo rastro que me diga donde podría estar, o que podría estar haciendo, pero no ha dejado nada, absolutamente ¡Nada! Ya varios días han pasado y no he sabido nada de ella, los primeros días no pude dormir pensando en lo que le habría pasado, después me fui calmando poco a poco y mi cansancio empezó a vencer a mis angustias, hasta que por fin pude dormir, los días pasaron y con ellos mis recuerdos de ella se fueron yendo, hasta hace pocos días debido a que alguien llamaba a la puerta, lo cual nunca había pasado porque los únicos que habitábamos este pueblo somos mi abuelo y yo , los dos estábamos en la casa al momento en que llamaron. Al oír el ruido de la puerta me apresure a abrirla, pero al abrirla no encontré absolutamente nada, solo un papel que decía:
-Prepárate, vete despidiendo de tu abuelo y de este pueblo porque pronto llegare y ambos descubriremos cosas totalmente nuevas, 
Posdata: Con esta carta te envió algo muy hermoso que he encontrado en este nuevo mundo y me ha fascinado profundamente, se llama mariposa.
Atentamente: Felicidad
Al leer la carta, una alegría inmensa se apodero de mi cuerpo porque la carta era de ella, de la estatua que tanto había extrañado que sin darme cuenta tanto había querido, pero así es el amor pasa cuando no te das cuenta , con la carta encontré una especie de palito pegado a 2 papeles gigantescos de colores, los cuales eran muy hermosos, los días han pasado y hasta hoy no ha vuelto a ver señal de ella , tun tun tun, otra vez la puerta está sonando , ¿sera ella?.
El joven ilusionado de que fuera ella, la bella estatua de la cual se había enamorado, salió corriendo hacia la puerta y la abrió, enfrente de él encontró una señora ya de edad con el pelo un poco blanco y la piel un poco arrugada, la miro fijamente de pies a cabeza una y otra vez, hasta que vio su sonrisa y se dio cuenta que era ella, no había duda alguna, su boca seguía teniendo esa misma expresión de calidez la cual el joven había contemplado día a día y la cual había grabado tan perfectamente en sus recuerdos, pero esta expresión se vio turbada porque sus labios se abrieron y dijeron :
-Sigueme
-¿A dónde quieres que vaya?, respondió el joven
Ella se quedo callada y simplemente agarro al joven por la mano, hecho esto los dos salieron a correr y la puerta, el abuelo, el parque y el pueblo fueron quedando atrás, tan atrás que cuando él voltio para mirarlos ya no estaban, solo veía una gran llanura que se extendía hasta el horizonte , siguieron corriendo por horas , tal vez por días , hasta que un dolor terrible se apodero de sus piernas , el joven pensó que era fruto del cansancio pero cuando miro sus piernas, parecían como de color gris y este color se estaba apoderando de todo su cuerpo hasta que por fin se convirtió en una estatua, la cual estaba en la mitad de un parque lleno de arboles y de gente que cruzaba de un lado para otro, él no sabía quién era toda esa gente que iba de un lado a otro hasta que por fin vio la cara de alguien conocido, era la muchacha de la hermosa sonrisa, la cual lo había traído hasta acá, ella se acercaba hacia él, cuando estuvo al lado suyo abrió sus hermosos labios que lo habían fascinado desde la primera vez que los vio y dijo:”
-Lástima que te hallas convertido en estatua, en este pueblo tan diferente al tuyo, ojala algún día encuentres la forma de escapar y no te preocupes cuanto tiempo te demores, yo estaré esperándote por ahora diviértete mirando ese par de mariposas juguetonas. La joven levanto la mano y señalo una dirección, luego se acerco mas al joven, le dio un beso y solo dijo: Chao. 
Él no se podía mover, ni decir palabra alguna porque era una estatua lo único que pudo hacer fue mirar hacia donde ella había señalado y ver a un par de cosas a las que ella llamaba “mariposas’’ revolotear por todos lados y pensar que tal vez algún día, ellos dos también revolotearían como un par de mariposas juguetonas. 

Nombrejose miguel pinto lopez
Emailjosepinto2907@hotmail.com