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jueves, 17 de mayo de 2012

"Mágico terreno" de María Andrea Cruz Blandón


Un grupito no muy chiquito, se dejaba ver entre las sombras, cuando el sol se escondía; cuando sus rostros no se distinguían, se veía como juntos caminando uno a uno se paseaban como dueños del terreno, reclamando derechos, juntando voces para parecer más certeros y grandes ante los ojos de los mortales que en el terreno permanecían por labores académicas que necesitaban para sus vidas, porque en el mundo en que vivían si no poseían conocimiento alguno se convertían por embrujo de los otros en desecho, o en escoria social, poderes que habían sido concedidos por “Elite”, un hombre de aspecto áspero, austero y con un tono bastante grave en la voz, con quien se tenían que relacionar si querían ser muy importantes en un terreno mas grande que aquel en que se entregaban a las labores.

Ese grupito de nombre innombrable, de composición extraña entre la sentencia normativa del grupo de permanecer en clandestinidad, y la necesidad de ser escuchados y seguidos por los mortales que desconocían todo de ellos, excepto su protagonismo febril y su actuar inconfundible, un día que se cubría con un manto encantado que había propiciado el señor “Falaz”, que no distinguía entre la verdad y el amarillismo, generó una inconformidad en este grupito. Entonces haciéndose paso entre los arbustos y revisando minuciosamente el área cambiaron de atuendo tomando una pócima, anduvieron entre la multitud mezclándose entre los mortales, sin despertar sospecha, y maquivelaron todo para que nadie notara de su presencia pero si notara de sus propuestas, con un polvito de “credulidad” que le permitieron al más pequeñín esparcir entre los mortales, porque a él le quedaba más fácil escabullirse, convencieron a la mayoría de la conspiración del señor “Falaz”.

En aquel momento en ese terreno que antes se respiraba tranquilidad se empezó a respirar desconcierto, los mortales corrían y perdían sus pertenencias sin percatarse de ello, entonces Clarisa que era más dada a la cautela, se fue lentamente observando cada movimiento, analizando cada palabra, mientras se encontraba en esa tarea percibió a un pequeñín correr sigiloso por entre sus amigos mortales, esto le pareció sospechoso y no porque estuviese corriendo, porque así la mayoría lo hacía, sino porque este lo hacía con singularidad una de mover sus manos de tal forma que parecía suministrar a todos algo, pero ese algo Clarisa no lo alcanzaba a distinguir. Fue así como ella se aprovecho de la turbamulta, de la pérdida de control, y persiguió discreta al pequeñín, cuando menos pensó se encontraba en un lugar que desconocía, un lugar lúgubre con hojas de arboles secas por doquier; resolvió esconderse tras un árbol cuando notó que los compañeros de marcha eran nada más y menos que aquellos que pertenecían a ese grupito que no se dejaba ver en el día, vio como el pequeñín con un ungüento tomaba forma como parte de ellos, vestido de negro y sin un rostro definido.

Clarisa que de miedos no conocía, cierto día lo conoció, cuando mirando intrigada por el ritual que este grupito llevaba a cabo, lo vio transparente a través de los ojos de aquel pequeñín que imprimió en ella toda la furia de quien es descubierto y no quería que así fuese, sus ojos se tornaron rojos llenos de llamas, brillaba una luz no esperanzadora sino asfixiante que tomo a Clarisa y la dejo inmóvil, impedida y temerosa, luego ella vio como aquel ser le hacia un gesto a un compañero y señalaba al árbol en que ella se encontraba. Ella salió corriendo, sin embargo cuando lo hacía recordó un conjuro que su abuela le había enseñado de pequeña, que se lo enseño con la condición de solo usarlo cuando su vida corriera verdadero peligro, entonces dejo de correr, y recitó el conjuro:

– “Recordaos que el pasado te puso al servicio de la vida, que solo ella podrá decidir cuándo termina, recordaos que no es justo que me quites la vida yo os juro que soy vitamina, oh! Luna tu que me iluminas permíteme ser invisible a los ojos del peligro inminente de aquel que quiere vestirse de verdugo en el día”–

Y terminado el conjuro vio como el pequeñín y sus secuaces caminaron en círculo buscándola sin dar con ella.

Aun así y ya bajo las circunstancias en las que se encontraba y en el efecto de invisibilidad decido seguirles e investigarles más a fondo, pues veía que la integridad de los mortales se ponía en peligro cuando este grupito dirigía las ideas.

Llegó hasta el lugar por el que ella todos los días arribaba al terreno, ahí vio al grupito y a otro grupito también muy parecido, de aspecto tal vez más imponente pero en esencia lo mismo, robustos, de negro y con cara indistinguible, vio como ambos, los del bando de “Falaz” y el grupito del pequeñín se enfrentaron con pócimas, ungüentos, conjuros y polvitos mágicos, ambos grupitos eran muy buenos pero desperdigaban sus fuerzas y conocimiento en la magia con el enfrentamiento, pues los mortales no veían mas allá de lo grande que eran las armas de enfrentamiento sino que veían lo superficial, el polvo que quedaba al final de cada encuentro frente a frente entre ambos grupitos.

Clarisa que aun se preocupaba por la vida de los mortales, se ingenió la forma de comunicarles de la realidad a aquellos que convencidos por la conspiración de “Falaz” perseguían al grupito, la forma de absolverlos con la luz de la verdad y poder quitar el encantamiento que había provocado “credulidad”, ella se pronunciaba como viento y susurraba a los oídos de sus amigos los mortales conjuros para despertaros del hechizo, así poco a poco y más bien lento los mortales fueron entendiendo la situación y sacudiéndose con despabilamiento. El pequeñín que seguía siendo el encargado de esparcir “credulidad” y mantener a los mortales con ellos, se percató de ese comportamiento, y él que no olvidaba que Clarisa se les había escapado dedujo hábilmente que ella era la culpable de eso, y dejando a un lado la tarea con los mortales y el enfrentamiento con los del bando de “Falaz”, buscaba pistas de acuerdo como iban despertando, así le era más fácil atrapar a Clarisa, ella insistía en su labor de susurrar a los mortales, y olvidaba por completo la advertencia de la abuela cuando le ensenó el conjuro, que decía que este duraba el tiempo necesario para escapar del peligro y que una vez desvanecido era imposible volver a usarlo.

Clarisa finalmente terminó su tarea, y salió casi que corriendo de aquel sitio hasta encontrar un lugar más solitario donde pudiera permanecer escondida. El pequeñín notó la brisa que Clarisa generaba con la huida y la siguió como si supiera que realmente era generada por aquella espía; justamente por eso el pequeñín vio como un lugar que antes estaba vacío, se llenaba con una figura de un cuerpo, muy callado se acerco a esta figura y le sorprendió por la espalda, Clarisa solo sintió un aire frio que helaba, unas manos cubiertas que la iban asfixiando, intentó defenderse incluso con el conjuro de su abuela, ignorando que este ya no le servía, pero el pequeñín ganaban en fuerza y logró dominarla y finalmente matarla.

El cuerpo de Clarisa fue encontrado al día siguiente con un doliente que moría junto a su hija, pero al que nadie podía dar explicaciones de lo sucedido, los mortales que se fijaban solo en lo superfluo pasaron indiferentes frente a la escena, tan solo se fijaban quien era el desafortunado de no seguir con vida y seguían su camino apurado por las labores que les esperaban. El pequeñín y su grupito como siempre permanecían ocultos mezclados entre las multitudes influenciando las corrientes de aire para ser seguidos por los mortales, y es que en ese mundito el privilegiado era del más astuto no importaba el caso, así Clarisa murió en el terreno, en la mente de los mortales y en la memoria de quien acabo con su vida, tan solo permanecía merodeante en el corazón y en el recuerdo de su padre. 

NombreMaría Andrea Cruz Blandón
Emailandrea1391@gmail.com

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