Translate

jueves, 17 de mayo de 2012

Hope


Su cuerpo lucía quebrantado y mórbido, por suerte estaba vivo y el hilo que conectaba su obstinada fuerza a la siniestra esperanza de supervivencia se encontraba firme, aunque no por mucho. Cuando me acerqué parecía ser hembra, pero finalmente era macho. Trataba de ponerse de pie pero el impacto indiferente de un artilugio sin sangre lo hizo volar cerca de tres metros a las afueras del lugar del impacto. El caniche estaba muriendo, lentamente y sus ánimos de ladrar se habían disipado ante su incapacidad de moverse. Por suerte lo hallé y lo miré a los ojos. Desde ahí decidí llamarlo Hope y me aferré a él.
Creo que lloraba aunque el sollozo era tan tenue que el ruido de las bestias animadas por combustible refinado se encargaba de censurar el lamento del can que parecía dejarse llevar por la incertidumbre de la llegada de su muerte. Nadie lo observó ni siquiera y mucho menos se inmutó a recriminar a quien montaba tal carruaje de patas de goma. Me atravesé el camino jerarquizado para bestias sin vida y desde ellas los cláxones no se hicieron esperar. Yo me sentí indiferente a ellos como ellos a la agonía de Hope; detuve el tráfico sin tal intención, mi único fin era salvarle la vida a él que ya sangraba por su hocico abierto. Estaba malherido y comenzaba a cerrar sus ojos, yo no veía suerte de salvación y mucho menos solidaridad de aquellos que dicen guiarse por el corazón. ¿Es que no ven que sufre? me pregunté con constancia interrumpido por el ruido incesante que perturbaba mis ideas y desasosiegos al observar a Hope convaleciente y moribundo. Me quité la camisa, lo arropé y asumiendo cualquier otro riesgo que pudiera acelerar su deceso, lo cargué con ímpetu y empecé a correr gritando ayuda. Nadie se sorprendió.
Llegué a la clínica, sí, a la de humanos, y aunque parecía morir Hope, los ojos de la enfermera obesa miraron de reojo a la vida que se iba; con indiferencia rechazaron al can del establecimiento aduciendo discriminación de especies y me marché con supremo enojo y desesperanza dando permiso a uno de los automóviles al que le fue abierto el paso para aparcar en el lugar donde un perro moría. Hope respiraba más despacio pero con más dificultad. Las lágrimas comenzaban a expresarse en complicidad con mi zozobra y con el desahucio de Hope, yo le hablaba a la oreja, a la peluda oreja color avellana que hilachuda y azarosa se veía sucia pero sana a comparación de su abdomen y sus patas traseras. “Vamos Hope, resiste, vivirás” le decía a él tratando de animarme a mí mismo a salvarlo, era claro que no me comprendía. 
Hope comenzó a respirar de forma irregular y con rapidez. Mis lamentos se hicieron más brumosos, mi respiración también se agitó y la desesperación me invadió definitivamente. “¡Se está muriendo hombres indiferentes!, y aquí es donde ustedes se limpian las manos de la sangre que en el espejo observarán si remueven su piel y su rostro. ¿Quiénes son ustedes para jerarquizar las vidas que nos acompañan en el mundo? ¡¿Quiénes?!” Grité exasperado y golpeando con mis piernas toda la basura que alrededor adornaban la pútrida indiferencia de quienes me observaban atónitos y desafectos.
Caminé tiempo impensado ya con Hope desfallecido, esparramado en la camisa y sin señal alguna de vida. Mis lágrimas se arrebataron al tiempo que mis pasos las corroían hacia el exterior de mi rostro, procuraba desplazarme con los ojos cerrados no sé si para evitar derramar más de mi llanto o para simplemente evitar encontrarme con la escena deplorable que mi camisa sostenía. Finalmente hallé un lugar especializado para Hope, me dijeron que no tenía signos vitales y que lo mejor era enterrarlo, que no tenía caso esforzarse con recuperarlo. Me rehusé en absoluto porque durante el trayecto mis presentimientos vagos se apropiaron de un poco de vida del can y yo quería devolvérsela. Propuse pagar todo lo necesario porque ni siquiera el médico de animales se compadeció de su paciente malherido. Rayos X, exámenes, reanimaciones y más adelante cirugías fueron necesarias para que finalmente Hope contara con un haz de vida, el cual estuvo a punto de opacarse por la insensibilidad humana hacia la vida. 
Permanecí horas incontables dormido en el piso de la clínica a la espera de una sonrisa del veterinario; al cabo de unas lágrimas, en la madrugada, la noticia me fue dada: Hope había perdido la movilidad en sus patas traseras y en su cola, pero finalmente sobreviviría. Nunca antes había llorado de tal forma. Mis gritos de desesperación se transformaron en exclamaciones de júbilo y los ladridos de los perros albergados en la clínica no se hicieron esperar; quizá porque los perturbé, o quizá por el júbilo de que uno de los suyos sobrevivió a la inclemencia de la indiferencia humana.
El paso de unos días le permitió a Hope recuperarse y volver a abrir los ojos, esta vez con una vitalidad sobresaliente a comparación de la que tuve la desventura de observar. No se me permitió verlo hasta entonces. Supuse que sería un momento ─por lo menos para mí─ digno de almacenar en los recuerdos que se reproducirán en el último segundo de la existencia y por esa razón el frío atenazó mis dedos y debilitó mis piernas, el sudor se hizo proclive a las ansias y al júbilo expectante que el reencuentro con Hope me producía. La puerta blanca se hizo más delgada hacia el horizonte y con un chirrido leve, más leve que mi rencor hacia lo inhumano, Hope se vino con velocidad desesperante hacia mi desbocada sensación de ahogo absoluto en el placer de verlo, convaleciente, pero moviendo casi todo su cuerpo en señal de agradecimiento y alegría a consecuencia de su incapacidad para movilizar su cola. Fue inefable. Describir cómo esa bola de pelos avellana con negro y hocico bigotudo se acercaba cada vez casi que queriendo abrazarme con sus garras aferradas a mi júbilo me hicieron encontrar una razón de vida más allá de la humana, más allá de la fría y maquinizada conciencia humana.
Hope vive conmigo ya, desde hace varios años, y nunca le ladró jamás en sus paseos a un automóvil; en cambio ellos, con su afán desaforado por seguir el camino hacia el que todos nos dirigiremos algún día, continúan accionando su claxon impacientes pidiendo acelerar el cruce de la carretera a Hope quien, aún con más astucia que ellos, se toma su tiempo para atravesárseles por la vía que recorrerán hasta que pierdan la esperanza.

Escrito por Jack Henriquez

No hay comentarios:

Publicar un comentario