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sábado, 12 de mayo de 2012

Rojo y Blanco


Juan Pablo escuchó el grito de Angie, su hija, y despertó sobresaltado. Miró a Lina que seguía dormida muy tranquila, respírando de manera pausada, movíendo los ojos desfrutando de algún sueño, profunda. “Supongo que me tocó a mí”, pensó resignado. Iba a tomarse unos segundos más para bostezar y estirarse pero el “¡papá, mamá!” de Angie en la habitación contigua lo terminó de convencer.

Se levantó de un salto y corrió al cuarto de su hija de doce años, anticipando el rostro asustado y confundido con que se encontraría. Era casi cíclico, de vez en cuando Angie se las arreglaba para leer alguna historia de Stephen King por internet, o ver alguna película por televisión en la que algún tipo enmascarado mataba a diestra y siniestra, y esa noche tenía pesadillas. No había manera de evitarlo, siempre encontraba el modo. Juan Pablo, que también había pasado por eso cuando niño y ahora era un aficionado acérrimo al terror, compartía la fascinación de su hija por aquellos temas y entendía perfectamente su absurdo masoquismo. Con el tiempo se le pasaría, desarrollaría una extraña insensibilidad a las imágenes que tantas personas califican de grotescas y podría disfrutar de su afición sin consecuencias. Pero por ahora él y Lina, su esposa, eran los encargados de espantar al monstruo de ojos rojos que de vez en cuando Angie veía en el armario, o el engendro invisible que supuestamente vivía bajo la cama.
Juan Pablo entró al cuarto de su hija, prendió la luz y la miró con una sonrisa que no pudo disimular.
- No te rías – dijo Angie, molesta – esta vez es en serio, hay algo en el armario.
- ¿Algo? – preguntó Juan Pablo - ¿ropa, tal vez?
- No es chistoso papá, hay algo en el closet y está haciendo ruidos raros.
- Entonces de pronto sea un payasito, ¿no crees? – repuso Juan Pablo, tratando de aligerar un poco el miedo del que, estaba claro, era presa Angie.
- ¿Un payaso? – respondió ella, con los ojos abiertos – ¡no puede ser!, que tal que sea Pennywise, el de la película IT.
Juan Pablo que ya había empezado a caminar hacia el armario, se detuvo en seco. “Que idiota” – pensó, consciente de su error– “un payaso, ¿cómo no se me ocurrió cualquier otra cosa?”
- ¿Y tú cómo sabes de ese payaso? ¿No fui claro cuando te dije que no vieras esa película? – su hija lo miró en silencio sin saber qué responder. Lo peor era que, muy en el fondo, Juan Pablo se sentía orgulloso de verse a sí mismo en Angie, pero tenía que mantenerse en su posición, era su obligación - ¿fui o no fui claro? ...Contéstame Angélica – la llamaba por su nombre para converla de que él que estaba “furioso”- ¿fui o no fui claro?
- Sí, papá. Perdón.
- Y ahora mira cómo estás, te he dicho mil veces que todo eso es mentira. Pennywise no existe. Ni Jason ni Freddy Kruger – abrió el armario para dejar claro su punto. Angie dio un respingo que no pudo evitar, convencida de que detrás de las puertas, entra la ropa y la oscuridad había algo acechando y se llevaría a su padre para siempre.



Nada de nada.



En el closet no había nada aparte de las cosas de Angie. Juan Pablo entró en el armario y revolvió un poco la ropa colgada para mostrar claramente que nada había ahí que pudiera ser peligroso. Miró a su hija.
- Pero te lo juro papá – dijo ella en un tono suplicante – escuché algo ahí adentro. Era un ruido como de…
- ¿Cómo de qué? – preguntó Juan Pablo con un tono sarcástico.
- Como una risa – respondió su hija en un susurro, ahora que lo decía en voz alta, aquello que parecía tan obvio en su mente, sonaba ridículo.
- Una risa – repitió Juan Pablo – ¿estás segura de que no fue un sueño? ¿o un payaso? - su tono era más conciliador.
Angie guardó silencio por un segundo y terminó respondiendo a regañadientes.
- No estoy segura papá.
- Pues yo si – se apresuró a contestar Juan Pablo – sólo fue un sueño, igual que cada vez que te da por leer una de esas historias o ver una de esa películas. Siempre es igual.
Angie parecía avergonzada. En ese momento, acompañada de su padre y con la luz encendida, todo parecía lejano y estúpido. Había sido una pesadilla, no cabía duda.
- Mañana tenemos que madrugar Angie – ella escuchó a su padre complacida al notar que la llamaba “Angie”, al parecer no estaba tan enojado – tenemos que ir a hacer las compras de navidad y ya conoces a tu mamá, será un largo día. ¿Puedo irme a dormir? – preguntó aún desde adentro del armario.
Angie asintió con la cabeza. Su padre sonrió.



Lo que Angie alcanzó luego fue una especie de tentáculo inmenso que envolvió con fuerza el cuello de su padre y lo levantó sin esfuerzo alguno, después una sonrisa con mil dientes puntiagudos enmarcada en un traje navideño y unos ojos llenos de maldad que más que mirar parecían penetrar. Juan Pablo desapareció en un destello rojo y blanco.



Angie salió del cuarto en un segundo gritando para pedir ayuda. Lo último que oyó la niña mientras corría a buscar a su madre fue una risa, pero esta vez fuerte y clara.
Jo Jo Jo, sonaba la carcajada, maligna y corrosiva.
Jo Jo Jo.

NombreAlvaro Vanegas
Emailvanegas.alvaro@gmail.com

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